"hug" by rvause in deviantart
Él despertó pensando en la
sonrisa de su madre por la sorpresa que le había dado el día anterior,
descansado del trabajo diario, escapando de la rutina del día a día. Ella despertó
con los pendientes en la cabeza, reuniones agendadas y un cansancio tolerado.
Él tomó un desayuno ligero para evitar los malestares, ella comió para aguantar
el día. Ambos usaban lentes para poder ver cada detalle del día.
Su día comenzó de manera
distinta, él se bañó y se alistó para visitar a la familia; ella salió volando
a la oficina. Cuando el destino juega cartas insospechadas, no se debe negar la
circunstancia, los acontecimientos fluyen de manera natural y todo parece estar
calculado. Cada minuto. Él llegó donde los abuelos, abrazos fraternos y
lágrimas de tenerlo cerca. A ella la recibió el frio mañanero en el módulo de
la oficina, con papeles llenos en las bandejas y la computadora apagada.
Él le había adelantado que
vendría hace más de un mes, ella no contestó por la carga de trabajo que tenía.
El tiempo es un elemento crucial en la vida de dos personas, este marca el
ritmo y delimita lo que es posible y lo que no. Pero, el tiempo es quizás uno
de los más grandes obstáculos cuando se trata los sentimientos. Él salió de la
casa a tomar fotografías a la ciudad que lo vio nacer, ella atendía a los
clientes que aparecían con una sonrisa pintada en el rostro. Ambos vivían,
ambos pensaban, pero no en lo que ocurriría.
Él había acabado sus estudios
y ella aún era estudiante. Hacía ocho años que no se veían, hacía ocho años que
terminó su historia. La primera parte de esa melodía. Él había tenido historias
de tragedia amorosa, ella también. Algo que compartían. Él extrañaba su tierra
querida, tierra de tradición; ella vivía ahí. Él se acostumbró a la vida en la
capital, donde hay un mundo de oportunidades a la vuelta de cada esquina; ella
vivía feliz en el pequeño pueblo donde estaba, tierra del encanto. Ambos
soñaban, ambos disfrutaban el día a día.
Él almorzó la comida preparada
por la abuela, mientras repetían la amena charla con la familia con música
criolla; ella corrió a casa para terminar de comer luego de una cansada mañana,
le dio tiempo para escuchar un par de canciones antes de volver al ruedo. Él
luego le mandó un mensaje al celular, con la última esperanza en que conteste.
Ella, al ver el mensaje, sonrió. Ambos tuvieron la idea de proponer verse. Él
debió dar la iniciativa, ella no contestó.
Él insistió, pero no había
respuesta. Las horas no pasaban, o pasaban tan lentamente que él no se daba
cuenta. Ella seguía con el trabajo de oficina. La primera parte acabó como
termina una canción, lentamente pero en seco. Él era muy joven en ese momento y
ella no estaba pensando en compromisos. Ellos afirmaban que era la mejor
relación de sus vidas, sin celos, con amor, con humor, con historia. Él olvidó
que el destino no para y ella no lo detuvo. Así, se acabó el preludio.
Ese día comenzaba todo
nuevamente. Años después. Finalmente, ella tuvo un momento libre y contestó; él
sonrió. Quedaron en verse a la salida del trabajo de ella, él contaba las
horas, ella estaba emocionada. A él le gustaba contar historias y estaba
anotando cada detalle. Ella sentía algo distinto en el día. Música de los ochentas.
Pasaron las horas, aunque él creía que no pasarían, y llegó el momento. Él
salió de casa para llegar a tiempo; ella cerraba los pendientes del día y
entregaba el último informe. Él manejaba pensando en la primera parte, ella
evaluaba como iba a terminar aquello.
Él estaba nervioso, ella
también. El frío de la ciudad no los ayudaba. El encuentro se llevó a cabo a la
hora en punto, con miradas esquivas y cariño retenido. Los ocho años habían
pasado y ellos no sabían por donde comenzar. Él saludó y comenzó a hablar, ella
escuchaba mientras pensaba cómo seguir la conversación. Subieron a su auto y
partieron por la ciudad, conversando de la vida, el amor y el trabajo. Ella
estaba en busca del ascenso, él trabajando en proyectos en la capital. No todo
fue felicidad en los años pasados, tanto él como ella compartieron el mismo
destino en el amor, destellos de felicidad, con grandes pizcas de decepción. Lo
compartieron todo ese día. La aventura del año pasado, la felicidad de la
graduación, la esperanza de un futuro mejor, las canciones de hace años, el
pensamiento de lo actual.
Habían pasado horas y el
tiempo enemigo de los sentimientos jugó en contra de ambos. Él se había
emocionado mucho, ella estaba sonrojada. Charlaron hasta altas horas de la
noche, a ninguno le importaba que tuvieran que despertar temprano a la mañana
siguiente. Él bajo del auto para despedirla, ella pensaba cómo acabar esa
noche. Ella se encogió y, en ese momento, el peso de ocho años se hizo sentir.
Él le había confesado que la quería mucho, ella con dosis de realidad señaló
que la distancia era traicionera. Al momento de estar parados uno frente al
otro, no sabían que tanto cariño estaba guardado por dentro. Él quería besarla,
ella quería que la bese; al final sólo se produjo un largo abrazo con un primer
beso en la mejilla, luego un segundo beso y ella partió hacia su casa. Ella
derramó una lágrima, él regresó a casa con el corazón latiendo a mil por hora.
La mañana amaneció con la copa
de destino. El detalle no contado era que él tenía que regresar a la capital en
un día y ella se quedaría pensando en lo que ocurriría. Dos veces pensó él
antes de escribirle; ella estaba lista para el trabajo. Él no podía ir sin
despedirse, ella quería verlo de ser posible. El intermedio se produjo entre
reflexiones y conspiración. El destino repartía una nueva baraja de cartas.
Él pensaba en los días futuros
y en cómo el corazón da vuelcos inesperados. Ella quería que el día acabe para
estar entre sus brazos. En la mañana, él le había confesado sus ganas de
besarla; ella contestó con una carita feliz. Ambos querían que ese día durara
para siempre; lamentablemente, el verdugo, como siempre, era el tiempo. Ambos
decidieron jugarle las cartas al sino y comprendieron que valía la pena. Esta
vez las horas volaron, los minutos murieron rápidamente, las horas se
sucedieron en el reloj.
A la hora pactada, él se
encontraba tímido esperándola; ella fue a arreglarse y lo hizo esperar. Un
vidrio frio los separaba mientras se veían afuera del trabajo de ella. Él estaba
fuera, ella dentro. Las luces se apagaban, él temblaba como lo hizo aquel día
de la primera parte, ella sentía las mariposas del encuentro. Cuando se
saludaron, él pregunto qué tal su día, ella contestó alegre. El silencio fue el
naipe que jugó el destino, mientras partieron al centro de la ciudad. Era un
día de inicio de semana y todo estaba tranquilo. Él quería ir donde ella
dijera, ella tenía el lugar exacto. Al bajar del taxi, ella tomó su mano como
lo había hecho en el preludio. El bar estaba lleno, pero ambos se ubicaron en
una mesa cómodos.
El ambiente era propicio, de
pronto el silencio se volvió caricias en las manos. Los tragos los
conquistaron. Ellos ya no sentían los ocho años que no se habían visto. Él le
daba besos en aquellos labios, ella simplemente cerraba los ojos
correspondiendo aquel cariño. Se intercambiaron palabras inspiradas,
pensamientos inconclusos y bastante sentimiento. Él tenía un vuelo temprano, no
importaba; ella tenía reunión al día siguiente, se preguntó por qué no aprovechar
que le tenía cerca. Ambos jugaron un as bajo la manga, algo que ni el destino,
ni el tiempo, ni la distancia, conocían. Ya no importaban dónde vivían, ni qué
hicieran, sabían que estarían siempre juntos.
Recordaron de repente la
presentación sorpresiva a el padre de ella, la vez que se tomaron la mano por
primera vez, la vez que él se declaró en una tarde fría de octubre, el globo
con el que él desordenó su cabello, la mirada de su amiga cuando entraron de la
mano a un café, tanto recuerdo. La noche llegaba a su fin, pasearon por las
calles del centro de la mano prometiéndose seguir con lo vivido. Parecía
emocionante y retador. Se preguntaban cómo puede cambiar la vida en dos días,
minutos, horas y un mensaje de texto. Dos corazones, un beso y un adiós. La
segunda parte había comenzado.
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