Publicado en el "Diario del Cusco" (Página 6 - Opinión), el 26 de Diciembre del 2014
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Por Javier André
Murillo Chávez*
Pensemos por un momento en la gran
cabeza del ejército de Agamenón en la épica Ilíada: el gran Aquiles; quién en
duelo a muerte venció al bravo príncipe Héctor y logró quebrantar la mítica y
resguardada Troya. Al momento de pensar en héroes de leyenda como Aquiles o
Héctor siempre se nos viene a la cabeza la figura de un tremendo guerrero, con
virtudes para el combate, un gran estratega, un hombre muy inteligente y
virtuoso, pero sobre todo imaginamos a estos personajes luchando en el campo de
batalla junto a sus compañeros de equipo. ¿Se imagina, querido lector, a un
Aquiles cargado en andas doradas ordenando a diestra y siniestra bebiendo vino
y comiendo uvas atrás de todo el ejército? ¿O cree usted que es posible pensar
en Héctor rodeado de concubinas desnudas ordenando a los soldados con su fuerte
voz tras las murallas de Troya?
Nuestra idealización de los héroes de
la antigua Grecia no permite tales visiones; lamentablemente, en la realidad si
es posible observar a la gente de a pie en puestos superiores a otros,
nosotros, con estas actitudes. Desde mi punto de vista, cuando una persona es
promovida para ocupar un puesto superior a los demás en una empresa o trabajo,
existen dos posibilidades. Al estar al mando de un grupo humano y coordinar sus
tareas, uno puede ser calificado de dos formas.
Primero, tenemos la posibilidad de estar
frente a un simple “jefe”, quien es aquel que tristemente una vez que tiene el
poder en sus manos únicamente se dedica a ordenar y coordinar tareas para sus
subordinados, mas cree que no debe de hacer trabajo concreto nunca más. Alguna
vez fue subordinado y se cansó de serlo, simplemente llegó su tiempo de
descanso y ahora en manos de otros está el futuro del trabajo o empresa, pero
él o ella sólo “dirige” y rinde cuentas a quien esté arriba.
La segunda posibilidad consiste en
estar frente a un verdadero “líder”, quien guía con el ejemplo a sus compañeros
(nunca subordinados) y no deja de tener en mente que es un cerebro y mano de
obra más del gran grupo de responsables del futuro del trabajo o empresa.
Aunque tenga que ordenar, delegar y coordinar las tareas de todos, pues es
inherente a su nueva posición, no deja de trabajar para impulsar y transmitir
ese espíritu de ánimo a los demás que trabajan junto a él.
¿Cuál es la principal diferencia entre
ambos? En mi opinión es el uso de la cuota de poder que uno tiene y las
decisiones que toma frente a estas situaciones y las personas que tiene a su
cargo. En un caso existe un abuso del poder que se le ha encargado y en otro
caso existe un uso ponderado de ese poder. Es muy penoso decir que en el Perú,
tenemos muchos jefes y pocos líderes, pero es la realidad. En mi corto tiempo
laborando, he tenido la suerte de cruzarme con ambos tipos de autoridad por
encima de mí y saber la diferencia en el campo de batalla. Un líder te apoya y
defiende, un jefe sólo busca salvar su propia posición negando responsabilidad.
He aprendido a odiar a estos “jefes” y a aprender de los “líderes”. Por eso he
decidido, por el momento (y este límite temporal debe quedar muy claro),
desertar del liderazgo.
Existen diversas reflexiones sobre la
actitud humana ante el poder, entre las más antiguas tenemos la historia del
anillo de invisibilidad de Giges, relatada por Platón en “La República”;
igualmente, esta reflexión actualizada a nuestro tiempo ha sido abordada en
torno al anillo único de “El Señor de los Anillos” y los súper poderes de
“Superman” o “Spiderman”, por solo dar un par de ejemplos. En todos estos casos
la pregunta central es: ¿El poder corrompe a los hombres por más justos que
sean o depende de qué tipo de hombre obtiene el poder para ver si es corrompido
o no? Yo creo que obtener una cuota de poder siempre pone a uno ante la
decisión de qué hacer con él; sin embargo, hasta el más justo de los hombres
podría verse tentado por el camino del manejo corrupto del poder.
Desde una postura personal, considero
que el poder, en términos laborales, no corrompe, sino relaja y debilita; es
decir, ante la posibilidad justificada de delegación de trabajo se puede dejar
de lado las funciones lineales que uno tenía para cumplir nuevas funciones de
coordinación y dirección, incluso de rendición de cuentas a superiores a uno
mismo. Así, el “jefe” utilizará con placer el poder para quitarse de encima
algo que nunca creyó suyo; e, incluso, el más grande “líder” en ciertas
ocasiones, a pesar de tener la intención de enseñar con el ejemplo, se ve
aplastado por la carga de funciones de dirección y coordinación y deja sus
funciones principales.
Máximus
Décimus Meridius, protagonista ficticio de la película ganadora del Oscar
“Gladiador”, encarnado por Rusell Crowe, cuando se le pregunta por qué no se
inmiscuye en política como un gran “líder” responde: “un soldado tiene la
suerte de ver a su enemigo a los ojos”. La metáfora, como la veo yo, implica
que un soldado sabe qué es lo que tiene que hacer y lo hace; un político puede
ver sus tareas muy difuminadas, muy vagas, muy generales, y terminar no
haciendo nada. Igualmente, un “jefe” termina por dirigir, coordinar y ordenar;
sin embargo, cuando termina su periodo en el puesto se pregunta ¿Qué he hecho
en realidad? A semejanza, y por todo lo mencionado, es que prefiero ser, de
momento, un soldado, el órgano de línea, el peón, el alfil, el chacal, un
trabajador excelente que obtiene la experiencia necesaria para guiar cuando
tenga que guiar por mérito propio.
Cuando uno obtiene un cargo y se
convierte en autoridad gracias a la cuota de poder obtenido, si se convierte en
un simple “jefe” se “oxida”; es decir, pierde toda la práctica que tenía en
labores diarias o de línea. De esta manera, frente a posibles errores en sus
instrucciones, los trabajadores llegan a retarle, discutirle e, incluso,
corregirle; si tienes un “líder” al frente probablemente reconozca sus errores
y los corrija, pero es la excepción. El “jefe”, en cambio por regla general, se
entercará y hasta probablemente cometerá el error por orgullo, y lo peor será
que echará la culpa a sus subordinados por el error cometido. En general, las
abrumadoras nuevas funciones podrían incluso hacer que el “líder” se pierda la
práctica, como hemos apuntado.
En mi opinión, por ahora, los cargos
de dirección son cargos “huecos” que no permiten que uno crezca académica o
laboralmente. Cuando uno recibe la pregunta qué has hecho tú por la empresa o el
trabajo, es bueno poder responder con acciones concretas, lo que haría un buen
trabajador o un gran líder; sin embargo, debe ser lo más desagradable del mundo
para el alma contestar arrogándose algo que en verdad no se hizo y sólo se
encargó a otros. En mi opinión, no está mal ocupar cargos de dirección, pero
esto debe hacerse cuando uno realmente esté preparado o cuando se tenga toda la
disposición de aprender sobre la marcha porque no hay otra opción, lo cual
requerirá mucha virtud, humildad y paciencia. Es mucho mejor reconocer que nos
falta para ser líderes que ser jefes corrompidos por la tentación del facilismo
a que nos lleva el poder, un “líder” es querido por el respeto, en cambio un
“jefe” puede ser hasta temido, pero nunca será respetado.
*
Abogado del
Departamento de Marcas y Derechos de Autor de la Consultora Especializada en
Propiedad Intelectual e Industrial Clarke, Modet & Co. Perú. Adjunto de
Cátedra en los cursos de Derecho de Autor, Derecho Mercantil 1 y Derecho de la
Competencia 2 en la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica
del Perú. Abogado por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ex-Director
de la Comisión de Publicaciones de la Asociación Civil Foro Académico.