miércoles, 20 de mayo de 2009

En Llakillaqta [Cuento]


“Yo no soy un aculturado; yo soy un peruano que orgullosamente, como un demonio feliz habla en cristiano y en indio, en español y en quechua.”José María Arguedas - “Yo no soy un aculturado”

Era de día cuando el sol de la mañana, color amarillo profundo, comenzaba a iluminar con su suave calor las tejas dispuestas entretejidas en lo alto de las casas de adobe. Aquel sol que ingresaba a la ventana como en sueños profundos que te abrumaban debajo de las sabanas y las frazadas de lana, aún calientes. Imaginabas que el frío de afuera era insoportable a esa hora; pero de igual manera, asomaste la cabeza para ver a los primeros caminantes que emprendían el camino; algunos de vuelta a casa después de una amanecida en alguna chichería; otros yendo a sus respectivos trabajos en aquel lindo y pequeño pueblo.

Las calles aún con luces de la noche anterior encendían tímidamente el brillo de las rocas que empedraban las calles de la histórica cuadra donde vivías. El número veintidós de la calle Amauta lucía como siempre, en esa época del año. En realidad como lucía siempre. Era hora de levantarse e ir a comprar el pan, en la vieja bodeguita de la esquina; lo sabías. Diez panes por una moneda a las seis de la mañana. Frío viento de la sierra profunda. Un par de pequeñas cuadras y…

-¿Cómo está don José?
-¿Y cómo va el negocio señora Juana?
-¿Luis cuando una pichanga?
-El lunes te entrego el cachorro, Pedrito.

Pues en pueblo chico todos se conocen, se saben tu vida: en donde vives, con quienes te juntas, quien es tu enamorada, quienes son tus padres; la privacidad es algo que no existe en un lugar como Llakillaqta, alejado de todo, tan cerca de nada. Queda a varios kilómetros desde el desvió de la carretera que lleva a la “felicidad”, lejos del puente “esfuerzo” dejando atrás la cuadra “melancolía”; aquí la vida es la de siempre, pero se vive entre todos con alegría y jubilo.

Luego de comprar el pan retomas los deberes en casa, limpiar, ayudar, barrer, lavar, tender; teniendo siempre algo que hacer. Si no es eso, entonces haces tus labores escolares, anhelando que sea lunes, no por la larga caminata a tu aula escolar, sino por tu futuro recreo de juegos y diversión; con los patas de siempre, esperando que alguno pierda algunas canicas o le revientes el trompo a alguien. Pues las clases con libros viejos y cuadernos usados son sólo por obligación, tu vocación está en los juegos y en la chacra, ayudando a tu padre con el ganado y las verduras.

En un pueblo así, lo que sobran son motivos para celebrar, que la fiesta del patroncito, que comadres, que compadres, que carnaval, que nuestro día, que cumpleaños de fulano, que cumpleaños de mengano, que la buena cosecha, que bautizo del ahijado del amigo de la hermana de tu cuñado, cualquiera es escusa; todo es alegría, excepto las calles de madrugada, que sólo le pertenecen al rocío, los apus y al viento frío.

Es curioso que un sitió así irradie tanta alegría cuando sólo se vive con unas cuarenta casas, un ciento de vecinos, diez manzanas distribuidas tal tablero de ajedrez irregular, cada casa de barro sólido, tejas anaranjadas desgastadas por el sol, puertas y cuadros de ventanas azules, verdes y marrón, tonos épicos de uniformidad, paredes blancas irregulares; ya a nivel de conjunto: una escuela de pabellón y medio, patio descuidado, dos arcos de palos y la ilusión de los niños; una plaza principal con Iglesia y municipalidad, árbol histórico y punto. Se acabo el sueño; sin embargo, la vida aquí no necesita más.

Los niños aquí juegan con su bola de trapo o Vinibol, carros de madera, trompos y matachola en el poste de luz. Las niñas juegan con ollitas de barro o de lata, muñecas traídas de muy lejos vestidas con ropa creativa diseñada por sus madres y ellas mismas. Los jóvenes juegan pelota de tanto en tanto con su manchita unos con polo, otros sin el; el que gana pone el “premio”, o cerveza o chicha en jarrón. Previo anticucho o choncholí en las esquina de alguna de las cuadras perdidas del viejo Llakillaqta.

Las horas pasan volando pues todos se divierten: es su mundo, un mundo diferente, totalmente distinto, no es raro es diferente; diferente vida, diferente cielo, diferente pueblo, diferente gente, diferente diversión; todo en uno y en paquete pequeño; así te ves distante…

y más…

lejano…


-¡Juan Manuel! ¡Despierta! – escuchas exaltado el grito de tu madre.

En ese momento despiertas a tu vida de engaño, con celular en la mano, televisión todos los días, laptops e Internet inalámbrico, libros de primera, canchas sintéticas, pizza, zapatillas nike, donde sales a pasear y simplemente te encuentras con la indiferencia, un cielo gris, donde mandas a comprar a la empleada y ni siquiera te dignas en conocer tu ciudad por ser tan grande…

En ese momento despiertas de aquella horrible pesadilla en el que eras tremendo mocoso cholazo mugriento en un pueblucho de la sierra.

Pero en la que eras feliz…

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Diseño del artista cusqueño Jorge Flores Najar, mi querido Tío.