martes, 7 de octubre de 2008

Viniendo... [Cuento]












"No volveras a mirar tu reloj, ese objeto inservible que mide falsamente un tiempo acordado a la vanidad humana, esas manecillas que marcan tediosamente las largas horas inventadas para engañar el verdadero tiempo, el tiempo que corre con la velocidad insultante, mortal, que ningún reloj puede medir".
'Aura' - Carlos Fuentes

"Caminante no hay camino. Se hace camino al andar".
'Caminante no hay camino' - Joan Manuel Serrat (Poema de Antonio Machado)

Sientes el aire que comienza a entrar por la ventana del asiento que ocupas; así descubres que te encuentras ahí y no en otro lugar, aún vives al parecer. Cada cierto tiempo, también, piensas en lo extraña y pasajera que se ha vuelto tu vida. Vives en dos ciudades, piensas doble y en todo lo que eso implica, dos realidades dentro de ti, un corazón dividido. Edificios, casas; piedra, cemento. Autobuses, aviones; lecturas, música. Respirar, vivir. Sin embargo, todo se reduce al camino, a ese largo camino que ahora recorres.

Comienzas tu recorrido pasando los puentes, conexiones entre el aquí y el allá, San Luis, Aviación, Guardia Civil. Que importa, todos tan iguales, pero diferentes. Así esta ciudad no parece tan grande, es el comienzo. Observas, entre ambas vías públicas, una especie de zanjón por donde los automóviles pequeños y particulares, cada uno con su historia, Cortazar y autopista al sur, todo lo que implica la universidad y sus miles de lecturas; autos, cientos, miles, empiezan la lucha de todos los días por tratar de llegar a tiempo a sus destinos, algunos lo lograrán, otros, como es obvio, no. Pasas por alto los diversos paneles de publicidad, te aburren; Observas sin atención el cielo más gris y tétrico de todo el mundo, como dicen.

Miras las calles cuesta arriba, de casi ochenta grados, San Blas de calles empedradas y estrechas se abre, al menos lo que puede, para dejarte pasar. Ves la “paccha” y tus sueños de niño vuelven como pinceladas de un cuadro en blanco de la mente; la capilla de tu bautizo, los paseos con tus padres, la vendedora de picarones, remolino desordenado de recuerdos. Interpretas tu melancolía como quieres, se te humedecen los ojos y se te hace agua la boca. Crees dormir; pero el sonido de los fuertes vientos duerme aquel pensamiento, idea fugaz de un día complicado, lleno de complejos recuerdos, al estilo socrático platónico de la clase de filosofía: reminiscencias del alma que nacen de uno mismo.

Te arrepientes profundamente. El viaje te sumergió en un tremendo tráfico. Lo sabes, estás en el centro, centro apretado, colonial por completo, criollo, de ambulantes y semáforos artísticos mal pagados. Alfonso Ugarte, Bolognesi, Plaza San Martín. Alma, corazón y vida. Del puente a la alameda. Logras observar el Palacio de gobierno, central del problema. Actual sede de patrimonialismo, centralismo y demás males; de búsqueda del salvador de este pobre, pero rico país. Te detienes demasiado. ¡Maldito tráfico! Disculpen las molestias… Obras en construcción. ¡Al carajo! Todo te parece irreal, conflictivo. Triste y resignado, te lo callas, pero lo gritas, en tu interior.

Dejas de sentir el smog de los vehículos del centro; hace frío. Sientes que el aire se hace más puro conforme te vas alejando del mestizo centro de la ciudad del sol. Así te das cuenta, te encuentras bajando por la avenida El Sol. Parte de una ciudad que debieron pisar también los caballos de los conquistadores de los que hablaba Chocano. Inmuebles diversos, multiuso. Bancos, centros comerciales, tiendas, hoteles, de todo. Luego, en medio de todo, un palacio, no de reyes, sino de los súbditos de la ley. En medio de la calle, te impresiona un cuadro que viste a través de la ventana; carajo. Una señora cansada sentada en el piso con sus dos hijos y una lata en el piso.

Percibes Miraflores y el olor del mar, la larga avenida Arequipa, no ves el Misti; empieza la avenida Larco. Llegas al borde del abismo, observas el mar crudo y tranquilo, agitado y azul, celeste, como los ojos de tu madre. Cierras los ojos por un momento y te trasportas a la mitad de la playa, playa que jamás te gusto tocar, arena, sol y todo lo que detestas, por eso huyes en verano, por eso te gusta más tu frío andino que un verano capitalino. Neutralizas tu mente y emprendes la marcha nuevamente. El recorrido que nunca acaba, el recorrido de lado a lado. De arriba abajo, de abajo a arriba. De aquí para allá, de allá para aquí, a ningún lado.

Vislumbras lejanos los cerros que abrigan la ciudad, tiemblan tus sentidos; sientes un escalofrío, hace más frío. Dejas de distinguir el este, oeste, ¿Dónde era el sur? El norte ya no te importa. La avenida de la Cultura se extiende a lo largo de tu vista, una universidad, el billar preferido, fotocopiadoras, restaurantes, casas. Tú observas pensando, reflexionando de mil cosas que se te vienen a la mente, el amor, llegar, leer, el amor. Entonces, empieza en tus audífonos Pensando en ti. Mago de Oz, tu preferido, el único. Españoles, cabrones. Pobres Incas, mazos contra arcabuces, desigualdad que perdura.

El pasar del tiempo no te preocupa, sólo piensas en lo larga que esta autopista, Javier Prado, en lo largo que es el camino para llegar allá, en las distintas calles de San Isidro con nombres de vegetación que la atraviesan, Pinos, Robles, Geranios, ¿Cochayuyo? El largo tiempo que duran los distintos semáforos que detienen el tiempo en la autopista. Sin embargo, tu vida no se detiene y continúa lineal y eterna mientras así Dios lo permita. Continúas ahí, metrópoli de los sueños, vida rápida, totalmente distinta a la que tuviste durante once largos años, tranquila, pueblerina, de rumores, amores y desencantos, pero feliz. Escuchas las cuerdas de la guitarra, Todos vuelven a la tierra en que nacieron, una colaboración. Un sol por la música.

La ventana te muestra Santo Domingo, aquella iglesia colonial donde hiciste tu comunión cuando eras chico, plantada sobre cimientos de una cultura milenaria que vivió hace muchos años por donde tú pasas en ese momento. Miras la calle Zetas, la más estrecha que haz visto en todo el recorrido; cruzas con temor, a los costados antiguas casonas a punto de caer por la antigüedad del adobe de sus muros. Como cae la lluvia repentina del momento que luego para, y luego continúa por tandas, como lágrimas de Dios. Sientes tristeza, recuerdas aquel día en que te llego la llamada de tu madre después de un devastador temblor en tu maltratado país, se te viene a la mente Cerati, Cuando pase el temblor; y luego esperanza, Color esperanza con tu hermana en medio de la sala, guitarra y voz.

Continúas por la Javier Prado, te das cuenta lo larga que es, observas los edificios de grandes compañías pasar como gigantes modernos de vidrio y cemento paseando por la Ciudad de los Reyes, que, podrías apostar, nunca en sus tiempos, ni en sus sueños, pensaron en ellos. Sin embargo, los tiempos cambian; como cambia tu pensamiento, las imágenes y todo dentro de ti en este largo recorrido en el cual estás metido, sin otra opción. Desde la canción que escuchas, en ese momento Every rose has its thorn, en tu reproductor hasta la lectura que tienes pendiente en casa, las lecturas, Fundamentación de la metafísica de las costumbres, El problema del mal en San Agustín, La casa de cartón, Manual de relaciones internacionales; primero piensas locazo ¿no? Luego, preocupado, simplemente dices ¡mierda!

Llegas, al cabo de un rato, al pueblo dentro de la ciudad, San Sebastián. Observas a través de la ventana. Calles empedradas, casas de barro con puertas azules o marrones de madera, bodeguitas y unas cuantas cantinas, lo sabes por las bolsas rojas colgadas en largos carrizos que sobresalen de las puertas o, simplemente, por una antigua mesa de madera corroída por el tiempo con un gran balde de chicha blanca o frutillada encima. Y observas, como en todo el trayecto, con placer el cielo azul de tu querida ciudad manchado con una que otra nube gris o blanca como el humo blanco del cigarro de tus amigos. En fin, observas tu ciudad natal, pero siempre en tu mente explota el centralismo y tu incapacidad de quedarte por más tiempo, la constante infortuna de vivir con la mente en un lado y el corazón en otro.

No sabes a donde vas, no sabes si estas en camino o estás de regreso. El camino te ha confundido. ¡Maldición! No lo sabes. Todo se acelera, Ves varias cosas, La avenida Brasil, el Condor, la Marina, el Quinto paradero, Sacsayhuaman, San Felipe, Procuradores, imágenes confusas, comienzas a dudar y piensas: ¿Dónde diablos estás?

1 comentario:

Marita Cornejo dijo...

javi... otra ves te luces... no conosco a nadie que pueda expresar la nostalgia de vivir lejos de donde crecimos, y aunque no soy cusqueña de nacimiento, lo soy de corazón, amo el cusquito pero vivo en mi arequipa :D. Es dificil pensar en volver... nos fuimos con la esperanza de encontrar un mejor futuro y el regresar se ve incierto... pero siempre tendremos Cusco, nuestro hogar, nuestra ciudad imperial que nos espera con los brazos abiertos


Diseño del artista cusqueño Jorge Flores Najar, mi querido Tío.