sábado, 4 de junio de 2011

Cuando el amor es real…


Heart by DeviantArt

El psicoanalista y filósofo Erich Fromm enseña, en su libro “El arte de amar”, que “En el amor se da la paradoja de dos seres que se convierten en uno y, no obstante, siguen siendo dos”[1]. Esto tiene mucho sentido si pensamos en que cada persona es un mundo con sus propias costumbres, carácter, personalidad y preferencias.

Sin embargo, como dice este filósofo, estas dos personas se convierten en una y, para madurar, se debe poder llegar a puntos de consenso junto a la persona a la que quieres. Personalmente, he aprendido que las diferencias en personalidad y carácter de cada persona en una relación, más que una desventaja se puede convertir en un medio de unión puesto que mediante la complementación se logra aprender y madurar cada días más.

El “ceder” dentro de una relación es lo más costoso; especialmente para gente con carácter terco y aferrado a su “mundo”, pero es la esencia de una relación aprender a encontrar puntos medios o, por último, “ceder”. Como señala Fromm:
“Amar es fundamentalmente dar, no recibir. (…) la esfera más importante del dar no es la de las cosas materiales, sino el dominio de lo específicamente humano. ¿Qué le da una persona a otra? Da de sí misma, de lo más precioso que tiene, de su propia vida. Ello no significa necesariamente que sacrifica su vida por la otra, sino que da lo que está vivo en él –da de su alegría, de su interés, de su comprensión, de su conocimiento, de su humor, de su tristeza-, de todas las expresiones y manifestaciones de lo que está vivo en él. Al dar así de su vida, enriquece a la otra persona, realza el sentimiento de vida de la otra al exaltar el suyo propio”[2].

Sin embargo, una relación es de dos personas; por lo tanto, ambas deben “ceder” y, en términos de Fromm, “dar de su propia vida” para poder llegar a ser uno solo.
Por otro lado, el autor señala que señala que
“Además del elemento de dar, el carácter activo del amor se vuelve evidente en el hecho de que implica ciertos elementos básicos comunes a todas las formas del amor. Estos elementos son: cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento (…) [; y estos] son mutuamente interdependientes. Constituyen un síndrome de actitudes que se encuentran en la persona madura”[3].

Entonces, cuatro serían los factores básicos para amar:
· El cuidado consiste en la preocupación por la vida y el crecimiento de una persona a la que se ama; es decir, el continuo pensamiento acerca del progreso de la personalidad única de la persona con la que se tiene una relación amorosa.
· La responsabilidad consiste en un acto voluntario de respuesta a las necesidades de la persona a la que se ama; es decir, responder a las necesidades que requiera la persona con la que se tiene una relación amorosa.
· El respeto es el límite de la responsabilidad. Consiste en la capacidad de ser consientes de la personalidad única de la persona a la que se ama; precisando, es no trasgredir la esencia de la persona con la que se tiene una relación amorosa.
· El conocimiento, es el aspecto más importante. No es posible respetar, ser responsable y ser cuidadoso sin conocimiento. Este consiste en trascender la preocupación por uno mismo y ver a la persona a la que amamos en nuestros propios términos; en otros términos, significa saber qué hay en el “mundo” de la persona con la que se tiene una relación amorosa.

Concluye, Fromm, a pesar de que abandona la posibilidad de conocer totalmente a otra persona, en que “El amor es la penetración activa en la otra persona, en que la unión satisface [el] deseo de conocer”[4]. Para este autor, psicoanalista y filósofo, la fórmula para amar sería la siguiente:

{[Cuidado ʌ (ResponsabilidadRespeto)] ↔ Conocimiento} → Amor

Después de revisar este libro, se rescatan muchas ideas valiosas y exactas, pero no se agota la materia “amor” que es muy basta y compleja, por no decir inacabable. El amor, más que cualquier teoría, es práctica pura.




[1] FROMM, Erich – “El Arte de Amar” (2003). Barcelona: Paidós, p. 37.
[2] Ídem. pp. 38-41.
[3] Ídem. pp. 42-43.
[4] Ídem. p. 47.

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