viernes, 26 de diciembre de 2014

La Deserción del Líder



Publicado en el "Diario del Cusco" (Página 6 - Opinión), el 26 de Diciembre del 2014
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Por Javier André Murillo Chávez*

Pensemos por un momento en la gran cabeza del ejército de Agamenón en la épica Ilíada: el gran Aquiles; quién en duelo a muerte venció al bravo príncipe Héctor y logró quebrantar la mítica y resguardada Troya. Al momento de pensar en héroes de leyenda como Aquiles o Héctor siempre se nos viene a la cabeza la figura de un tremendo guerrero, con virtudes para el combate, un gran estratega, un hombre muy inteligente y virtuoso, pero sobre todo imaginamos a estos personajes luchando en el campo de batalla junto a sus compañeros de equipo. ¿Se imagina, querido lector, a un Aquiles cargado en andas doradas ordenando a diestra y siniestra bebiendo vino y comiendo uvas atrás de todo el ejército? ¿O cree usted que es posible pensar en Héctor rodeado de concubinas desnudas ordenando a los soldados con su fuerte voz tras las murallas de Troya?

Nuestra idealización de los héroes de la antigua Grecia no permite tales visiones; lamentablemente, en la realidad si es posible observar a la gente de a pie en puestos superiores a otros, nosotros, con estas actitudes. Desde mi punto de vista, cuando una persona es promovida para ocupar un puesto superior a los demás en una empresa o trabajo, existen dos posibilidades. Al estar al mando de un grupo humano y coordinar sus tareas, uno puede ser calificado de dos formas.

Primero, tenemos la posibilidad de estar frente a un simple “jefe”, quien es aquel que tristemente una vez que tiene el poder en sus manos únicamente se dedica a ordenar y coordinar tareas para sus subordinados, mas cree que no debe de hacer trabajo concreto nunca más. Alguna vez fue subordinado y se cansó de serlo, simplemente llegó su tiempo de descanso y ahora en manos de otros está el futuro del trabajo o empresa, pero él o ella sólo “dirige” y rinde cuentas a quien esté arriba.

La segunda posibilidad consiste en estar frente a un verdadero “líder”, quien guía con el ejemplo a sus compañeros (nunca subordinados) y no deja de tener en mente que es un cerebro y mano de obra más del gran grupo de responsables del futuro del trabajo o empresa. Aunque tenga que ordenar, delegar y coordinar las tareas de todos, pues es inherente a su nueva posición, no deja de trabajar para impulsar y transmitir ese espíritu de ánimo a los demás que trabajan junto a él.

¿Cuál es la principal diferencia entre ambos? En mi opinión es el uso de la cuota de poder que uno tiene y las decisiones que toma frente a estas situaciones y las personas que tiene a su cargo. En un caso existe un abuso del poder que se le ha encargado y en otro caso existe un uso ponderado de ese poder. Es muy penoso decir que en el Perú, tenemos muchos jefes y pocos líderes, pero es la realidad. En mi corto tiempo laborando, he tenido la suerte de cruzarme con ambos tipos de autoridad por encima de mí y saber la diferencia en el campo de batalla. Un líder te apoya y defiende, un jefe sólo busca salvar su propia posición negando responsabilidad. He aprendido a odiar a estos “jefes” y a aprender de los “líderes”. Por eso he decidido, por el momento (y este límite temporal debe quedar muy claro), desertar del liderazgo.

Existen diversas reflexiones sobre la actitud humana ante el poder, entre las más antiguas tenemos la historia del anillo de invisibilidad de Giges, relatada por Platón en “La República”; igualmente, esta reflexión actualizada a nuestro tiempo ha sido abordada en torno al anillo único de “El Señor de los Anillos” y los súper poderes de “Superman” o “Spiderman”, por solo dar un par de ejemplos. En todos estos casos la pregunta central es: ¿El poder corrompe a los hombres por más justos que sean o depende de qué tipo de hombre obtiene el poder para ver si es corrompido o no? Yo creo que obtener una cuota de poder siempre pone a uno ante la decisión de qué hacer con él; sin embargo, hasta el más justo de los hombres podría verse tentado por el camino del manejo corrupto del poder.

Desde una postura personal, considero que el poder, en términos laborales, no corrompe, sino relaja y debilita; es decir, ante la posibilidad justificada de delegación de trabajo se puede dejar de lado las funciones lineales que uno tenía para cumplir nuevas funciones de coordinación y dirección, incluso de rendición de cuentas a superiores a uno mismo. Así, el “jefe” utilizará con placer el poder para quitarse de encima algo que nunca creyó suyo; e, incluso, el más grande “líder” en ciertas ocasiones, a pesar de tener la intención de enseñar con el ejemplo, se ve aplastado por la carga de funciones de dirección y coordinación y deja sus funciones principales.

Máximus Décimus Meridius, protagonista ficticio de la película ganadora del Oscar “Gladiador”, encarnado por Rusell Crowe, cuando se le pregunta por qué no se inmiscuye en política como un gran “líder” responde: “un soldado tiene la suerte de ver a su enemigo a los ojos”. La metáfora, como la veo yo, implica que un soldado sabe qué es lo que tiene que hacer y lo hace; un político puede ver sus tareas muy difuminadas, muy vagas, muy generales, y terminar no haciendo nada. Igualmente, un “jefe” termina por dirigir, coordinar y ordenar; sin embargo, cuando termina su periodo en el puesto se pregunta ¿Qué he hecho en realidad? A semejanza, y por todo lo mencionado, es que prefiero ser, de momento, un soldado, el órgano de línea, el peón, el alfil, el chacal, un trabajador excelente que obtiene la experiencia necesaria para guiar cuando tenga que guiar por mérito propio.

Cuando uno obtiene un cargo y se convierte en autoridad gracias a la cuota de poder obtenido, si se convierte en un simple “jefe” se “oxida”; es decir, pierde toda la práctica que tenía en labores diarias o de línea. De esta manera, frente a posibles errores en sus instrucciones, los trabajadores llegan a retarle, discutirle e, incluso, corregirle; si tienes un “líder” al frente probablemente reconozca sus errores y los corrija, pero es la excepción. El “jefe”, en cambio por regla general, se entercará y hasta probablemente cometerá el error por orgullo, y lo peor será que echará la culpa a sus subordinados por el error cometido. En general, las abrumadoras nuevas funciones podrían incluso hacer que el “líder” se pierda la práctica, como hemos apuntado.

En mi opinión, por ahora, los cargos de dirección son cargos “huecos” que no permiten que uno crezca académica o laboralmente. Cuando uno recibe la pregunta qué has hecho tú por la empresa o el trabajo, es bueno poder responder con acciones concretas, lo que haría un buen trabajador o un gran líder; sin embargo, debe ser lo más desagradable del mundo para el alma contestar arrogándose algo que en verdad no se hizo y sólo se encargó a otros. En mi opinión, no está mal ocupar cargos de dirección, pero esto debe hacerse cuando uno realmente esté preparado o cuando se tenga toda la disposición de aprender sobre la marcha porque no hay otra opción, lo cual requerirá mucha virtud, humildad y paciencia. Es mucho mejor reconocer que nos falta para ser líderes que ser jefes corrompidos por la tentación del facilismo a que nos lleva el poder, un “líder” es querido por el respeto, en cambio un “jefe” puede ser hasta temido, pero nunca será respetado.

Agradezco mucho a mis padres, quienes me han enseñado siempre con ejemplo; así, sé que Dios, llegado el momento, me permitirá ser un “líder” responsable y no un “jefe” que opta por el camino del facilismo. Personalmente, creo que una vez obtenida la experiencia necesaria y cuando esté seguro de que podré manejar varias funciones sin caer en la tentación del poder, recién optaré por esforzarme en ser un gran líder, pero nunca un “jefe” porque de esos y esas mediocres ya hay muchos en nuestra Sociedad.



* Abogado del Departamento de Marcas y Derechos de Autor de la Consultora Especializada en Propiedad Intelectual e Industrial Clarke, Modet & Co. Perú. Adjunto de Cátedra en los cursos de Derecho de Autor, Derecho Mercantil 1 y Derecho de la Competencia 2 en la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Abogado por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ex-Director de la Comisión de Publicaciones de la Asociación Civil Foro Académico.

martes, 22 de abril de 2014

Sinfonía de una copa de destino por la mañana [Cuento]

"hug" by rvause in deviantart

Él despertó pensando en la sonrisa de su madre por la sorpresa que le había dado el día anterior, descansado del trabajo diario, escapando de la rutina del día a día. Ella despertó con los pendientes en la cabeza, reuniones agendadas y un cansancio tolerado. Él tomó un desayuno ligero para evitar los malestares, ella comió para aguantar el día. Ambos usaban lentes para poder ver cada detalle del día.

Su día comenzó de manera distinta, él se bañó y se alistó para visitar a la familia; ella salió volando a la oficina. Cuando el destino juega cartas insospechadas, no se debe negar la circunstancia, los acontecimientos fluyen de manera natural y todo parece estar calculado. Cada minuto. Él llegó donde los abuelos, abrazos fraternos y lágrimas de tenerlo cerca. A ella la recibió el frio mañanero en el módulo de la oficina, con papeles llenos en las bandejas y la computadora apagada.

Él le había adelantado que vendría hace más de un mes, ella no contestó por la carga de trabajo que tenía. El tiempo es un elemento crucial en la vida de dos personas, este marca el ritmo y delimita lo que es posible y lo que no. Pero, el tiempo es quizás uno de los más grandes obstáculos cuando se trata los sentimientos. Él salió de la casa a tomar fotografías a la ciudad que lo vio nacer, ella atendía a los clientes que aparecían con una sonrisa pintada en el rostro. Ambos vivían, ambos pensaban, pero no en lo que ocurriría.

Él había acabado sus estudios y ella aún era estudiante. Hacía ocho años que no se veían, hacía ocho años que terminó su historia. La primera parte de esa melodía. Él había tenido historias de tragedia amorosa, ella también. Algo que compartían. Él extrañaba su tierra querida, tierra de tradición; ella vivía ahí. Él se acostumbró a la vida en la capital, donde hay un mundo de oportunidades a la vuelta de cada esquina; ella vivía feliz en el pequeño pueblo donde estaba, tierra del encanto. Ambos soñaban, ambos disfrutaban el día a día.

Él almorzó la comida preparada por la abuela, mientras repetían la amena charla con la familia con música criolla; ella corrió a casa para terminar de comer luego de una cansada mañana, le dio tiempo para escuchar un par de canciones antes de volver al ruedo. Él luego le mandó un mensaje al celular, con la última esperanza en que conteste. Ella, al ver el mensaje, sonrió. Ambos tuvieron la idea de proponer verse. Él debió dar la iniciativa, ella no contestó.

Él insistió, pero no había respuesta. Las horas no pasaban, o pasaban tan lentamente que él no se daba cuenta. Ella seguía con el trabajo de oficina. La primera parte acabó como termina una canción, lentamente pero en seco. Él era muy joven en ese momento y ella no estaba pensando en compromisos. Ellos afirmaban que era la mejor relación de sus vidas, sin celos, con amor, con humor, con historia. Él olvidó que el destino no para y ella no lo detuvo. Así, se acabó el preludio.

Ese día comenzaba todo nuevamente. Años después. Finalmente, ella tuvo un momento libre y contestó; él sonrió. Quedaron en verse a la salida del trabajo de ella, él contaba las horas, ella estaba emocionada. A él le gustaba contar historias y estaba anotando cada detalle. Ella sentía algo distinto en el día. Música de los ochentas. Pasaron las horas, aunque él creía que no pasarían, y llegó el momento. Él salió de casa para llegar a tiempo; ella cerraba los pendientes del día y entregaba el último informe. Él manejaba pensando en la primera parte, ella evaluaba como iba a terminar aquello.

Él estaba nervioso, ella también. El frío de la ciudad no los ayudaba. El encuentro se llevó a cabo a la hora en punto, con miradas esquivas y cariño retenido. Los ocho años habían pasado y ellos no sabían por donde comenzar. Él saludó y comenzó a hablar, ella escuchaba mientras pensaba cómo seguir la conversación. Subieron a su auto y partieron por la ciudad, conversando de la vida, el amor y el trabajo. Ella estaba en busca del ascenso, él trabajando en proyectos en la capital. No todo fue felicidad en los años pasados, tanto él como ella compartieron el mismo destino en el amor, destellos de felicidad, con grandes pizcas de decepción. Lo compartieron todo ese día. La aventura del año pasado, la felicidad de la graduación, la esperanza de un futuro mejor, las canciones de hace años, el pensamiento de lo actual.

Habían pasado horas y el tiempo enemigo de los sentimientos jugó en contra de ambos. Él se había emocionado mucho, ella estaba sonrojada. Charlaron hasta altas horas de la noche, a ninguno le importaba que tuvieran que despertar temprano a la mañana siguiente. Él bajo del auto para despedirla, ella pensaba cómo acabar esa noche. Ella se encogió y, en ese momento, el peso de ocho años se hizo sentir. Él le había confesado que la quería mucho, ella con dosis de realidad señaló que la distancia era traicionera. Al momento de estar parados uno frente al otro, no sabían que tanto cariño estaba guardado por dentro. Él quería besarla, ella quería que la bese; al final sólo se produjo un largo abrazo con un primer beso en la mejilla, luego un segundo beso y ella partió hacia su casa. Ella derramó una lágrima, él regresó a casa con el corazón latiendo a mil por hora.

La mañana amaneció con la copa de destino. El detalle no contado era que él tenía que regresar a la capital en un día y ella se quedaría pensando en lo que ocurriría. Dos veces pensó él antes de escribirle; ella estaba lista para el trabajo. Él no podía ir sin despedirse, ella quería verlo de ser posible. El intermedio se produjo entre reflexiones y conspiración. El destino repartía una nueva baraja de cartas.

Él pensaba en los días futuros y en cómo el corazón da vuelcos inesperados. Ella quería que el día acabe para estar entre sus brazos. En la mañana, él le había confesado sus ganas de besarla; ella contestó con una carita feliz. Ambos querían que ese día durara para siempre; lamentablemente, el verdugo, como siempre, era el tiempo. Ambos decidieron jugarle las cartas al sino y comprendieron que valía la pena. Esta vez las horas volaron, los minutos murieron rápidamente, las horas se sucedieron en el reloj.

A la hora pactada, él se encontraba tímido esperándola; ella fue a arreglarse y lo hizo esperar. Un vidrio frio los separaba mientras se veían afuera del trabajo de ella. Él estaba fuera, ella dentro. Las luces se apagaban, él temblaba como lo hizo aquel día de la primera parte, ella sentía las mariposas del encuentro. Cuando se saludaron, él pregunto qué tal su día, ella contestó alegre. El silencio fue el naipe que jugó el destino, mientras partieron al centro de la ciudad. Era un día de inicio de semana y todo estaba tranquilo. Él quería ir donde ella dijera, ella tenía el lugar exacto. Al bajar del taxi, ella tomó su mano como lo había hecho en el preludio. El bar estaba lleno, pero ambos se ubicaron en una mesa cómodos.

El ambiente era propicio, de pronto el silencio se volvió caricias en las manos. Los tragos los conquistaron. Ellos ya no sentían los ocho años que no se habían visto. Él le daba besos en aquellos labios, ella simplemente cerraba los ojos correspondiendo aquel cariño. Se intercambiaron palabras inspiradas, pensamientos inconclusos y bastante sentimiento. Él tenía un vuelo temprano, no importaba; ella tenía reunión al día siguiente, se preguntó por qué no aprovechar que le tenía cerca. Ambos jugaron un as bajo la manga, algo que ni el destino, ni el tiempo, ni la distancia, conocían. Ya no importaban dónde vivían, ni qué hicieran, sabían que estarían siempre juntos.


Recordaron de repente la presentación sorpresiva a el padre de ella, la vez que se tomaron la mano por primera vez, la vez que él se declaró en una tarde fría de octubre, el globo con el que él desordenó su cabello, la mirada de su amiga cuando entraron de la mano a un café, tanto recuerdo. La noche llegaba a su fin, pasearon por las calles del centro de la mano prometiéndose seguir con lo vivido. Parecía emocionante y retador. Se preguntaban cómo puede cambiar la vida en dos días, minutos, horas y un mensaje de texto. Dos corazones, un beso y un adiós. La segunda parte había comenzado.

jueves, 27 de junio de 2013

La Cultura Cuzqueña, por un joven cuzqueño desde Lima


Publicado en el "Diario del Cusco" (Página 6 - Opinión), el 25 de Junio del 2013.
Por: Javier André Murillo Chávez
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Javier André Murillo Chávez*

Una pregunta bastante compleja que siempre pensé que se me formularía, tarde o temprano, es la siguiente: ¿Qué es la cultura cuzqueña? Sinceramente, creo que la única manera de que los cuzqueños contestemos esta pregunta cabalmente es buscando nuestra esencia en comparación con aquellos otros peruanos que viven dentro del territorio nacional. Así, cuando uno sale de nuestra querida ciudad imperial se encuentra en mejor posición de contestar esta pregunta; uno se da cuenta de su identidad cultural cuando se encuentra con personas que no saben que es lawa de maíz o santurantikuy, o cuando le preguntan qué es alaláu o makurki.

Como señala el historiador cusqueño Abraham Valencia, desde muy antiguo, el “Cuzco, como muchos pueblos de mucha importancia, tiene su significado como centro del universo”[1]; lo cual, sin lugar a dudas, se sigue sintiendo en la actualidad para todos los que tenemos dicho origen en común. Y esto se hace más especial cuando recordamos lo que dijo José María Arguedas sobre el Perú: “no hay país más diverso”; ahí, precisamente, dentro de esta diversidad, es donde encontramos la cultura cuzqueña.

Primeramente, debemos puntualizar qué es cultura. Para esto nos remitimos a lo señalado por Jorge Flores Ochoa, el mejor antropólogo cuzqueño, quien define el término cultura como “la herencia total de la comunidad, que no sea de carácter biológico, transmitida socialmente, y que incluye tecnología, ideología, comportamiento social, religión, arte, así como producción material hecha por la actividad humana (…), para usar otras palabras, es la porción de la conducta humana que se aprende, la parte del medio ambiente que ha sido hecha por el hombre”[2].

Como podemos observar, aplicando este concepto específicamente, tenemos que la cultura cuzqueña es el conjunto de aquellas tradiciones, lenguaje, música, comida, danzas, entre muchas otras creaciones que nos han ido dejando poco a poco nuestros antepasados del Cuzco, cuya repetición en el tiempo ha dejado huella para llegar a nuestra época a través de nosotros. Así, la procesión del Lunes Santo en la que el Taytacha de los temblores bendice año tras año nuestro querido Cuzco se ha venido repitiendo desde el 31 de marzo de 1650[3]; de igual manera, encontramos la tradicional feria de santurantikuy en el mes de diciembre y la fiesta del inti raymi en el mes de junio. También tenemos el tradicional plato de chiriuchu que se come en las fiestas del corpus christi o el timpu de los primeros meses del año. Y nuestras siempre tradicionales empanaditas de semana santa, un rico pan chuta o una rica frutillada. Las danzas de la fiesta de Paucartambo y muchas otras, también forman parte de esta cultura. Igualmente, tenemos el popular género musical del huayno y la lengua runasimi más conocida como quechua.

Todas estas cosas hacen que el cuzqueño sea lo que es, lo que nos diferencia de los demás, nuestra esencia, nuestro “soy de Cuzco”, nuestra identidad. Como ha señalado el sociólogo Alfaro “la etnicidad en la región andina (…) se manifiesta en el hecho de que, combinando sus propias creencias (uso de redes de parentesco y de reciprocidad como relación social) y prácticas culturales (expresiones regionales de origen tradicional como las asociadas a la música, la comida y las danzas) con otras imágenes y discursos provenientes de las elites nacionales y del resto del mundo, sus pobladores hayan construido un gusto y modo de vida propio a través del cual vienen disputando el significado del Perú como ‘comunidad imaginada’”[4]. Nuestra propia cultura, traída por miles de cuzqueños a la capital, denota nuestra disputa por entrar dentro de esta nación, el Perú, que se ha metaforizado como caleidoscopio cultural; aquí reside nuestra riqueza, si todos fuéramos iguales el país entero sería un monótono gris y no la gama infinita de colores en la que vivimos.

Los jóvenes cuzqueños nacidos en y posteriormente a la mitad de los años ochenta formamos parte un nuevo oleaje migratorio hacia la capital por motivos de trabajo o de estudio. Nosotros nos encontramos dentro de “una organización social de gran dimensión, con mayor complejidad en su organización”[5] como lo es la cultura peruana. Efectivamente, nos encontramos en tiempos en los que la posibilidad de erigir un verdadero nacionalismo peruano, lo que Basadre denominaba patria invisible[6], se encuentra en aquello que nos hacen creer que nos une como parte de esta sociedad peruana: la artificial marca Perú, el costeño ceviche o nuestra explotada Machu Picchu. Sin embargo, no debemos dejar de lado lo que verdaderamente nos une, nuestra esencia; en efecto, la cultura propia del lugar donde nacemos.

De esta manera, la permanencia de la cultura cuzqueña dentro de la sociedad peruana se impone como un deber para los jóvenes cuzqueños que, como yo, nos encontramos fuera de nuestra ciudad de origen. Acorde con esto, debo expresar con orgullo que percibo el raigambre cuzqueño fluir entre las generaciones contemporáneas a la mía; una muestra de esto es la conformación de un grupo llamado “Qosqo PUCP” que fundé en la popular red social Facebook para reunir a los alumnos cuzqueños de la Pontificia Universidad Católica del Perú hace ya más de cinco años, el cual hasta la fecha cuenta con más de doscientos miembros. En este grupo se comparten pequeñas publicaciones de la cultura cuzqueña como los programas radiales dominicales “viaje a lo desconocido” de Radio Salkantay colgados en la red social de videos Youtube; invitaciones a exposiciones, eventos y muestras de arte cuzqueño en la capital; fiestas, eventos y noticias de nuestra ciudad de las cuales tomamos nota por el Internet. Un hito de este grupo ha sido la organización de la primera semana del Cuzco en la Pontificia Universidad Católica del Perú, con la presentación de William Luna, la proyección de la película Kukuli y un conversatorio sobre la cultura cusqueña.

Igualmente, frente a un deber, se erige un derecho. Los redactores de nuestra Constitución parecen haber tenido en cuenta que “el Perú es un país de pluralidades en su constitución social y en esas diferencias tiene una gran riqueza y diversidad”[7]. En efecto, nuestra Constitución reconoce el derecho a la identidad cultural en el inciso 19 de su artículo 2, la que es definida como “el conjunto de valores, creencias, instituciones, costumbres, tradiciones, estilos de vida que en conjunto forman su cosmovisión, así como también sus creaciones artísticas, tecnológicas, intelectuales, que son manifestaciones de dicha cosmovisión, que identifican a un pueblo o a mayoría y minorías dentro de un país con diversidad”[8]. Siendo un derecho fundamental reconocido por nuestra norma base, queda en nosotros lograr su efectividad a través de los tiempos llevando con orgullo aquello que nos caracteriza como cuzqueños donde vayamos.

El deber del joven cuzqueño es, en analogía de lo señalado por el escritor Edgardo Rivera Martínez[9], unir lo peruano con lo cuzqueño. Nunca debemos olvidar nuestras raíces y compartir, poco a poco, estas creaciones humanas cuzqueñas que han perdurado durante todo este tiempo. Finalmente, quiero terminar por concordar con el escritor y cineasta José Carlos Huayhuaca cuando señala que el Cusco es monumental  y luminoso[10] como una soleada tarde de junio. Debo agradecer mucho a Dios por haberme permitido nacer en mi amado Cuzco; y a mis padres y tradicional familia (Flores – Ochoa – Murillo – Martínez / Chacón – Jordán – Chávez – Gonzáles) por haberme inculcado esa cultura cuzqueña de la cual hemos hablado, con la humildad que corresponde a la juventud que nos caracteriza, en estas líneas.




* Alumno cuzqueño de duodécimo (12mo) ciclo de la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica del Perú y de la Maestría en Derecho de la Competencia y la Propiedad Intelectual de la Escuela de Posgrado de la misma casa de estudios. Ejerciendo como asistente Legal del Área de Marcas y Derechos de Autor de la Consultora Especializada Clarke, Modet & Co. Perú, y asistente de cátedra de los Cursos de Derecho de la Competencia 2 y Derecho de Autor con el Profesor Raúl Solórzano Solórzano, ambos en la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica del Perú.
[1] VALENCIA Espinoza, Abraham – “Cuzco Religioso”. Lima: INC, 2007, p. 25.
[2] FLORES Ochoa, Jorge – “Principios Elementales de Antropología”. Cusco: Rosendo Maqui, 1971, p. 83.
[3] VALENCIA Espinoza, Abraham Ob. Cit. pp. 90 – 97.
[4] ALFARO Rotondo, Santiago – “Diferencia para la igualdad: Repensando la ciudadanía y la interculturalidad en el Perú” en AA.VV. – “Ciudadanía Inter-Cultural: conceptos y pedagogías desde América Latina. Lima: PUCP, 2008, p. 198.
[5] FLORES Ochoa, Jorge Ob. Cit., p. 99.
[6] Descrita como “realidad fundamentalmente sentimental o ideal (…) que se percibe en ese sujeto andino, costeño o selvático que se mueve por el país allende la dirección del Estado, construyendo país por su propia cuenta”. RENIQUE, José Luis – “Esperanza y fracaso en la Historia del Perú” en AA.VV. – “Perú en el Siglo XXI”. Lima: PUCP, 2008, p. 26.
[7] RUBIO, Marcial; EGUIGUREN, Francisco y BERNALES, Enrique – “Los Derechos Fundamentales en la Jurisprudencia del Tribunal Constitucional”. Lima: PUCP, 2011, p. 566.
[8] Ídem, p. 566.
[9] MALPARTIDA Tabuchi, Jorge – “Edgardo Rivera Martínez: “Busco unir lo andino con lo occidental”. Entrevista del 25 de septiembre de 2012. Edgardo Rivera Martínez. En Diario La República (WEB). Consulta: 19 de junio de 2013.
< http://www.larepublica.pe/24-09-2012/busco-unir-lo-andino-con-lo-occidental >
[10] HUAYHUACA, José Carlos – “Elogio de la luz y otros amores”. Lima: PUCP, 2012, p. 239.

Diseño del artista cusqueño Jorge Flores Najar, mi querido Tío.