martes, 22 de abril de 2014

Sinfonía de una copa de destino por la mañana [Cuento]

"hug" by rvause in deviantart

Él despertó pensando en la sonrisa de su madre por la sorpresa que le había dado el día anterior, descansado del trabajo diario, escapando de la rutina del día a día. Ella despertó con los pendientes en la cabeza, reuniones agendadas y un cansancio tolerado. Él tomó un desayuno ligero para evitar los malestares, ella comió para aguantar el día. Ambos usaban lentes para poder ver cada detalle del día.

Su día comenzó de manera distinta, él se bañó y se alistó para visitar a la familia; ella salió volando a la oficina. Cuando el destino juega cartas insospechadas, no se debe negar la circunstancia, los acontecimientos fluyen de manera natural y todo parece estar calculado. Cada minuto. Él llegó donde los abuelos, abrazos fraternos y lágrimas de tenerlo cerca. A ella la recibió el frio mañanero en el módulo de la oficina, con papeles llenos en las bandejas y la computadora apagada.

Él le había adelantado que vendría hace más de un mes, ella no contestó por la carga de trabajo que tenía. El tiempo es un elemento crucial en la vida de dos personas, este marca el ritmo y delimita lo que es posible y lo que no. Pero, el tiempo es quizás uno de los más grandes obstáculos cuando se trata los sentimientos. Él salió de la casa a tomar fotografías a la ciudad que lo vio nacer, ella atendía a los clientes que aparecían con una sonrisa pintada en el rostro. Ambos vivían, ambos pensaban, pero no en lo que ocurriría.

Él había acabado sus estudios y ella aún era estudiante. Hacía ocho años que no se veían, hacía ocho años que terminó su historia. La primera parte de esa melodía. Él había tenido historias de tragedia amorosa, ella también. Algo que compartían. Él extrañaba su tierra querida, tierra de tradición; ella vivía ahí. Él se acostumbró a la vida en la capital, donde hay un mundo de oportunidades a la vuelta de cada esquina; ella vivía feliz en el pequeño pueblo donde estaba, tierra del encanto. Ambos soñaban, ambos disfrutaban el día a día.

Él almorzó la comida preparada por la abuela, mientras repetían la amena charla con la familia con música criolla; ella corrió a casa para terminar de comer luego de una cansada mañana, le dio tiempo para escuchar un par de canciones antes de volver al ruedo. Él luego le mandó un mensaje al celular, con la última esperanza en que conteste. Ella, al ver el mensaje, sonrió. Ambos tuvieron la idea de proponer verse. Él debió dar la iniciativa, ella no contestó.

Él insistió, pero no había respuesta. Las horas no pasaban, o pasaban tan lentamente que él no se daba cuenta. Ella seguía con el trabajo de oficina. La primera parte acabó como termina una canción, lentamente pero en seco. Él era muy joven en ese momento y ella no estaba pensando en compromisos. Ellos afirmaban que era la mejor relación de sus vidas, sin celos, con amor, con humor, con historia. Él olvidó que el destino no para y ella no lo detuvo. Así, se acabó el preludio.

Ese día comenzaba todo nuevamente. Años después. Finalmente, ella tuvo un momento libre y contestó; él sonrió. Quedaron en verse a la salida del trabajo de ella, él contaba las horas, ella estaba emocionada. A él le gustaba contar historias y estaba anotando cada detalle. Ella sentía algo distinto en el día. Música de los ochentas. Pasaron las horas, aunque él creía que no pasarían, y llegó el momento. Él salió de casa para llegar a tiempo; ella cerraba los pendientes del día y entregaba el último informe. Él manejaba pensando en la primera parte, ella evaluaba como iba a terminar aquello.

Él estaba nervioso, ella también. El frío de la ciudad no los ayudaba. El encuentro se llevó a cabo a la hora en punto, con miradas esquivas y cariño retenido. Los ocho años habían pasado y ellos no sabían por donde comenzar. Él saludó y comenzó a hablar, ella escuchaba mientras pensaba cómo seguir la conversación. Subieron a su auto y partieron por la ciudad, conversando de la vida, el amor y el trabajo. Ella estaba en busca del ascenso, él trabajando en proyectos en la capital. No todo fue felicidad en los años pasados, tanto él como ella compartieron el mismo destino en el amor, destellos de felicidad, con grandes pizcas de decepción. Lo compartieron todo ese día. La aventura del año pasado, la felicidad de la graduación, la esperanza de un futuro mejor, las canciones de hace años, el pensamiento de lo actual.

Habían pasado horas y el tiempo enemigo de los sentimientos jugó en contra de ambos. Él se había emocionado mucho, ella estaba sonrojada. Charlaron hasta altas horas de la noche, a ninguno le importaba que tuvieran que despertar temprano a la mañana siguiente. Él bajo del auto para despedirla, ella pensaba cómo acabar esa noche. Ella se encogió y, en ese momento, el peso de ocho años se hizo sentir. Él le había confesado que la quería mucho, ella con dosis de realidad señaló que la distancia era traicionera. Al momento de estar parados uno frente al otro, no sabían que tanto cariño estaba guardado por dentro. Él quería besarla, ella quería que la bese; al final sólo se produjo un largo abrazo con un primer beso en la mejilla, luego un segundo beso y ella partió hacia su casa. Ella derramó una lágrima, él regresó a casa con el corazón latiendo a mil por hora.

La mañana amaneció con la copa de destino. El detalle no contado era que él tenía que regresar a la capital en un día y ella se quedaría pensando en lo que ocurriría. Dos veces pensó él antes de escribirle; ella estaba lista para el trabajo. Él no podía ir sin despedirse, ella quería verlo de ser posible. El intermedio se produjo entre reflexiones y conspiración. El destino repartía una nueva baraja de cartas.

Él pensaba en los días futuros y en cómo el corazón da vuelcos inesperados. Ella quería que el día acabe para estar entre sus brazos. En la mañana, él le había confesado sus ganas de besarla; ella contestó con una carita feliz. Ambos querían que ese día durara para siempre; lamentablemente, el verdugo, como siempre, era el tiempo. Ambos decidieron jugarle las cartas al sino y comprendieron que valía la pena. Esta vez las horas volaron, los minutos murieron rápidamente, las horas se sucedieron en el reloj.

A la hora pactada, él se encontraba tímido esperándola; ella fue a arreglarse y lo hizo esperar. Un vidrio frio los separaba mientras se veían afuera del trabajo de ella. Él estaba fuera, ella dentro. Las luces se apagaban, él temblaba como lo hizo aquel día de la primera parte, ella sentía las mariposas del encuentro. Cuando se saludaron, él pregunto qué tal su día, ella contestó alegre. El silencio fue el naipe que jugó el destino, mientras partieron al centro de la ciudad. Era un día de inicio de semana y todo estaba tranquilo. Él quería ir donde ella dijera, ella tenía el lugar exacto. Al bajar del taxi, ella tomó su mano como lo había hecho en el preludio. El bar estaba lleno, pero ambos se ubicaron en una mesa cómodos.

El ambiente era propicio, de pronto el silencio se volvió caricias en las manos. Los tragos los conquistaron. Ellos ya no sentían los ocho años que no se habían visto. Él le daba besos en aquellos labios, ella simplemente cerraba los ojos correspondiendo aquel cariño. Se intercambiaron palabras inspiradas, pensamientos inconclusos y bastante sentimiento. Él tenía un vuelo temprano, no importaba; ella tenía reunión al día siguiente, se preguntó por qué no aprovechar que le tenía cerca. Ambos jugaron un as bajo la manga, algo que ni el destino, ni el tiempo, ni la distancia, conocían. Ya no importaban dónde vivían, ni qué hicieran, sabían que estarían siempre juntos.


Recordaron de repente la presentación sorpresiva a el padre de ella, la vez que se tomaron la mano por primera vez, la vez que él se declaró en una tarde fría de octubre, el globo con el que él desordenó su cabello, la mirada de su amiga cuando entraron de la mano a un café, tanto recuerdo. La noche llegaba a su fin, pasearon por las calles del centro de la mano prometiéndose seguir con lo vivido. Parecía emocionante y retador. Se preguntaban cómo puede cambiar la vida en dos días, minutos, horas y un mensaje de texto. Dos corazones, un beso y un adiós. La segunda parte había comenzado.

Diseño del artista cusqueño Jorge Flores Najar, mi querido Tío.